28 enero, 2010

Viaje por Colombia. Primera parte: Bogotá y Cartagena



El mes pasado viajé desde la ciudad de México hacia Cartagena, Colombia. Invitado por mi amada Mónica, dejé el país en medio de una crisis económica que auguraba un diciembre muy triste para la mayor parte de los mexicanos. Me acompañó además la noticia de la muerte de Arturo Beltrán Leyva, un sanguinario capo del narcotráfico. Con esa clase de información agradecí estar lejos de mi patria, aunque fuera por unos días. Así que la madrugada del 17 de diciembre salí del aeropuerto Benito Juárez con rumbo a Bogotá.

Viajé a Colombia decidido a conocer el lugar donde nació Mónica. Me alejé de los prejuicios que pintan a ese país como una tierra violenta, sin remedio. Me olvidé de las diatribas de Fernando Vallejo y de muchos seudoperiodistas que afirman que Colombia es el país más violento del continente. Estúpidos, basta con leer algunos diarios de México para enterarse que hasta en ese rubro ya hemos sobrepasado cualquier límite de tolerancia posible. No la hay, y me duele mi país. A veces pienso en ello y me preguntó qué diablos pensará Vallejo, pero no creo que se entere de mucho refugiado en la céntrica y elitista colonia Condesa, donde la crema y nata de la intelectualidad y los artistas posmodernos se dan cita, conviven y se regodean en sus reflexiones.

Antes de llegar a Bogotá, hicimos una breve escala en el aeropuerto de San José de Costa Rica, del cual no salí debido a la breve espera para el vuelo de conexión que me llevaría hasta la capital de Colombia.

No tenía mucho tiempo para visitar Bogotá, así que sólo recorrí el llamado cerro del Monserrate, donde gracias a un servicio de teleférico, puedes conocer el santuario desde donde se domina una hermosa e impresionante vista de esa ciudad que se ve pujante y decidida. No tuve ni tiempo ni interés de conocer más rincones de Bogotá, precisamente porque tenía un vuelo de conexión hacia Cartagena.



















Mi vuelo hacia esa hermosa parte del caribe colombiano se retrasó, así que no me quedó más remedio que esperar en el horrible aeropuerto bogotano. Después de algunos minutos, pude viajar hasta Cartagena de Indias; llegué pasada la medianoche. Mónica ya me esperaba en un cuarto de hotel del centro de esa ciudad amurallada.





Cartagena es muy parecida a la ciudad de Campeche, en México, sólo que a mi parecer esta última está mejor conservada, aunque no tiene el ambiente ni la pujanza de la primera. Durante nuestra estancia visitamos el imponente fuerte de San Felipe, lugar desde donde los españoles defendían el territorio de los ataques piratas.








Antes de subir al fuerte, en un pequeño bar, bebimos un par de cervezas Club Colombia, que son la joya de la corona. Tanto Mónica como mi amigo Juan Manuel me habían hablado sobre esta maravilla.

Al estar en la parte más alta del fuerte San Felipe advertí la magnitud del mismo y la importancia que debió haber tenido Cartagena para la corona española. En el lugar nos tomamos varias fotos, y una de las que más me gustó fue la de mi querida Mónica sosteniendo la enorme bandera de su hermosa patria.




Después nos dirigimos al centro de la ciudad para buscar un lugar de comida regional. Disfrutamos unos sancochos de pescado, arroz con coco (una especialidad) y agua panela con limón. Horas más tarde seguimos recorriendo las plazas como la de Santo Domingo y la de Fernández de Madrid, esta última muy transitada y conocida porque allí se encuentra la iglesia donde se casó el famoso corredor de autos Juan Pablo Montoya.





Toda la tarde-noche caminamos por muchas calles y plazas de Cartagena. En la plaza de San Diego nos dimos un descanso y apreciamos el relajamiento de todos los jóvenes que tranquilamente bebían cerveza y escuchaban música.

En nuestro segundo día de estancia día visitamos más plazas, museos y dimos un recorrido por algunos sitios interesantes. Al atardecer, en la plaza Fernández de Madrid disfrutamos una pizza gourmet, y resultó peculiar porque el sitio no tiene espacio para mesas ni bancos ni sillas, por lo que aquel que quiera comer su pizza agarra un banco y lo pone en el parque para utilizarlo como mesa. Esa cena fue de pizza vegetariana y de club Colombia. Por la noche acudimos a un bar pintoresco donde se escuchaba música cubana y puertorriqueña. El lugar tenía buen ambiente, así que nos quedamos varias horas disfrutando del sitio y de los parroquianos. Allí, pude disfrutar de otra cerveza colombiana excelente: la costeñita, una pequeña joya que venden un envase que le da más apariencia de refresco. Francamente la cerveza colombiana es exquisita.



Al siguiente día de nuestra estancia en Cartagena nos encontramos con más sorpresas, entre las que se encuentra el excéntrico Museo del Oro, que contiene piezas de incalculable valor y de un diseño sofisticado que envidiarían muchos artistas posmodernos. Durante las caminatas no pude evitar beber el famoso “tintico”, un pequeño y suculento café que te ofrecen los vendedores ambulantes por 150 pesos colombianos; más tarde fuimos hallando lugares hermosos y excéntricos, como el Barco Ebrio, un lugar increíble para ahogar las penas, un sitio que contiene imponentes esculturas de proa, hermosas sirenas de cuerpos voluptuosos y ojos de ensueño (me parece estar describiendo a las mujeres de Medellín).



El Barco Ebrio contiene además timones de proa para colgar las copas, viejas redes de pescadores, lámparas, motivos marinos que me trajeron a la mente el recuerdo de la casa de Isla Negra, de mi amado poeta Pablo Neruda. Y allí en ese lugar, en compañía de mi amada Mónica recordé los versos más hermosos que el poeta dedicó al mar, a la mujer.

Cartagena me agradó. Jamás, en ninguna de sus calles, me sentí como un extranjero; la añeja ciudad está llena de cultura. En ella se llevan a cabo renombrados festivales de música y de cine. Cartagena se ha convertido en un lugar de descanso para los colombianos. Actores, cantantes, famosas vedettes, deportistas, políticos e intelectuales buscan con ahínco tener una casa dentro del casco amurallado de la antigua ciudad donde convive gente de distintas razas al amparo de la India Catalina, hermoso estereotipo de una mujer que cumplió el mismo papel que la Malitzin jugó en la colonización de México.

Un tanto contrariado por la corta estadía nos despedimos de Cartagena y emprendimos el camino rumbo a Tolú-Coveñas, donde nos esperaba la familia de Moni.