10 febrero, 2008

Recorrido por Chiapas (parte III)








Esta entrada la publico desde mi antiguo hogar en azcapotzalco. Hacía dos años que publicaba desde el estado de México, en mi casa, pero las cosas no funcionaron como lo esperaba, así que desde este momento hasta no sé por cuanto tiempo más, seguiré publicando desde este sitio. Esta entrada me sirve también para darle la bienvenida a mis alumnos del Colegio Holandés.

Desde hace tiempo vengo publicando una especie de crónica de viaje... y esta es la tercera parte de la misma...

Sólo, sin planes y con un estado de ánimo muy border como dirían los siquiatras, llegué a Yaxchilán, antigua ciudad maya del periodo clásico tardío (590-900 D.C) que fue edificada en los márgenes del río Usumacinta, frontera natural entre México y Guatemala. Yaxchilán forma parte de esos lugares que más me ha impresionado a lo largo de mi vida.

Agradecí el estar allí, el apartarme de la rutina, del trabajo cotidiano en las escuelas, de darme tiempo para estar solo, para enfrentarme y confrontarme… para iniciar una nueva vida sin mi preciada compañera de tantos años.

Para llegar a dicho sitio se debe arribar a una comunidad llamada Frontera Corozal, y contratar el servicio de un lanchero para hacer un recorrido de una hora por el Río Usumacinta.



Conocí el imperio de Escudo Jaguar hace dos años de la mano de mi ex mujer. Caminamos por la plaza principal, apreciamos las hermosas estelas y nos sorprendimos por la belleza de sus edificios, y algo que llamó poderosamente nuestra atención es el hecho de que esa milenaria ciudad está enclavada en parte de la exuberante Selva Lacandona, lo que le otorga al sitio una característica muy especial que no posee ninguna otra ciudad maya. Quedé prendido de esa hermosa zona Arqueológica, a la cual me propuse regresar muy pronto.

En esa ocasión no pude usar mi cámara digital debido a que la batería estaba completamente agotada. Confieso además que dejé el cargador de la misma confiado en que la pila duraría el tiempo necesario como para captar todas las imágenes que quería, pero ya habían pasado siete días desde que llegamos a Chiapas y estaba claro que la pila duró lo que debía durar.

Me resigné y me propuse disfrutar mucho ese primer recorrido junto a Vero. Al principio me fastidié por confiarme y no llevar el cargador de mi Nikon, pero después lo tomé con calma y dejé a un lado ese egoísmo que nos caracteriza a algunos fotógrafos…

Dos años después, llegué sólo, sin Vero y con la batería de mi cámara digital perfectamente cargada. Tan pronto bajé del bote corrí a la hermosa ciudad para llevarme cientos de imágenes.

Volví a quedar prendado de esa antiguo imperio. Lo recorrí sin prisas y de hecho visité la plaza más antigua, a la cual no había llegado porque en la primera ocasión los guías no nos concedieron mucho tiempo. Recordé con alegría cuando conocí Yaxchilán por primera ocasión con mi ex mujer. Lamenté el que no estuviera a mi lado, el pensar que ya no íbamos a estar juntos. Días antes tuvimos una plática y acordamos que lo mejor para cada uno era seguir por separado.






Al pensar en mi ex mujer recordé una frase del Farewell de Neruda… Vengo desde tus brazos, no sé hacia dónde voy… Mi ánimo decaía rápidamente… sin mucho entusiasmo me propuse continuar con la visita.

Seguí caminando por la imponente ciudad y cuando llegué al edificio principal (número 33), que en lo alto tiene una crestería con una especie de nichos, como la pirámide del Tajín, me quedé fascinado por un hermoso contraluz que se dibujaba en lo alto, lo cual permitía apreciar la silueta de árboles y del edificio mismo. En la cima del edificio principal tuve un encuentro fortuito con el director de cine Alejandro González Iñárritu, al cual le pedí que me dejara tomarle una fotografía. Amablemente accedió, no sin antes preguntar si acaso trabajaba como reportero gráfico y sobre el destino de la imagen.





Le llamó la atención el hecho de que llevara dos cámaras, una digital y la otra completamente mecánica, una Nikon FM2, mi segunda cámara, la cual utilicé muchos años antes de ingresar de lleno al ambiente digital.

Al principio estaba algo nervioso por la importancia del personaje, al cual le pedí que mirara directamente a la cámara cuando decidí que el escenario estaba listo. Alejandro se despidíó amablemente y me deseó suerte en todo lo que emprendiera. De hecho agradecí el detalle porque en verdad necesito algo de suerte para reencontrarme.

Antes de irse me recomendó visitar la plaza más antigua de la ciudad, a la cual, como comenté no había llegado por causa de las prisas, caminé por un sendero que se habría paso entre el espesor de la Selva. En el camino me topé con un caballero de Colombia, el cual estaba fascinando por la belleza del lugar. Decidí caminar a su lado para ir platicando y no sentirme de repente tan solo.

El señor de Colombia, cuyo nombre no recuerdo, viajaba junto a su esposa y sus hermosas hijas, una de ellas se había fracturado el tobillo, por lo mismo viajaba con unas molestas muletas que le ayudan a apoyarse con firmeza. Admiré la tenacidad de esa chica.

Ante la imposibilidad de recorrer el sitio con su familia, don Gabriel, así le diré porque el señor me recordó al nóbel de literatura, visitaba el sitio solo. Juntos llegamos a la plaza más antigua, la cual tiene muchas peculiaridades porque no se encuentra a ras del suelo, sino que fue construida a lo alto, me imagino que para darle un carácter magnificente.

Conocí distintos edificios, algunos todavía conservaban dinteles en la parte superior de las puertas, caminé por una pequeña plaza que me recordó a los algunoss sitios donde se desarrollaba el juego de pelota. En el lugar había enormes ceibas.







Don Gabriel estaba admirado de tanta y tan peculiar belleza. Me dijo que sus verdaderas pasiones eran la ecología y la arqueología, y que por eso había decidido viajar hasta Chiapas con toda su familia, para contemplar estos hermosos lugares.

El sólo hecho de tener con quien platicar me produjo un vago sentimiento de alegría.

El caballero colombiano se adelantó al embarcadero para reencontrarse con su familia, yo seguí captando fotos del lugar, de las estelas, de los dinteles, de los hermosos edificios prehispánicos, de la selva…

Cuando me sentí satisfecho por el trabajo fotográfico caminé hacia la zona de lanchas para retornar a Frontera Corozal… aún quedaba una hora de recorrido por el Río Usumacinta, el cual disfruté impresionado por la vastedad de la Selva.

Al arribar a Frontera Corozal me dirigí a un comedero donde trabé amistad con gente de México que había egresado de la gloriosa universidad nacional, con gran alegría recordamos esos viejos tiempos de estudiantes universitarios… siempre estaré agradecido con la UNAM, a la cual espero regresar muy pronto como estudiante de alguna maestría.

Tras la comida, subimos a un camión que trasladaría a gran parte del grupo a Palenque y a otros nos dejaría en un crucero donde una camioneta nos llevaría a un campamento de indígenas lacandones.

Después de una hora de camino, el chofer del camión me indicó que debía bajar en un crucero que comunica Bonampak con Yaxchilán. Descendí con un grupo de turistas norteamericanos y una pareja de canadienses. Al ser el único mexicano en el grupo me sentía como fuera de lugar, pero qué diablos, de algo debían servir cuatro años de inglés en el cenlex zacatenco del Poli, esa era la gran oportunidad de entablar una conversación interesante.

Esperamos veinte minutos la camioneta, pero entre tanto pude platicar con los chicos de Canadá, que resultaron muy amables. Sus nombres. Cristina y Alex, de Montreal, la parte francesa de esa tierra del norte.