Pospuestos todos los viajes tanto con los compañeros de la maestría como con viejas amistades, le propuse a mi primo Gerardo una salida en bicicleta a cualquier parte cercana al Distrito Federal. Después de unas cuantas llamada a viejas amistades de la Fes Acatlán, nos decidimos no por un viaje en bici, sino por asistir al Tercer Festival Internacional de la Sierra, en Pahuatlán, Puebla.
Así que el jueves por la mañana, junto con Mimi, la esposa de mi primo, y dos amigos de tiempos de la universidad, emprendimos el viaje por carretera rumbo a Pahuatlán.
Lo que nos atraía del Festival, concretamente, era la noche de Huapango del jueves. Se decía que el Huapango comenzaría desde las diez de la noche y terminaría hasta la mañana del viernes santo.
Ninguno de los que viajábamos había asistido previamente al Festival. Solo yo conocía Pahuatlán porque en alguna ocasión, hace ya más de diez años, mi estimado maestro Rubén Pax, fundador del diario La Jornada, y del Consejo Mexicano de Fotografía, nos llevó hasta ese lugar enclavado en la Sierra Norte de Puebla. Desde ese entonces (1997) no había tenido la oportunidad de regresar.
El viaje por carretera fue corto, en menos de tres horas llegamos hasta Pahuatlán. Salimos por Indios Verdes y nos dirigimos hacia Tulancingo. Desde ese lugar es muy fácil llegar a la Sierra Norte.
Después de buscar un buen lugar para la camioneta en que viajábamos, nos encaminamos al centro del Pueblo para preguntar por alguna actividad a realizar. Nos recomendaron la visita a unas supuestas pinturas rupestres en una peña del pueblo de Atlatongo.
De no haber sido por la hermosa vista desde la Peña, el recorrido, agotador por la subida y por el candente sol, no hubiera valido la pena. De las supuestas pinturas no vimos nada, tan sólo "apreciamos" el recurrente grafiti de artistas posmodernos.
Gerado y Mimi desde la Peña de Atlatongo, Puebla. Año 2009
El evento de esa noche de Huapango comenzó con una presentación de los famosos voladores de Papantla. En el centro de Pahuatlán tienen dos palos para practicar esta tradición; el más alto (25 metros) es para la gente de experiencia, y el más pequeño, de unos doce a quince metros, es para los pequeños aprendices. De hecho, en una escuela secundario de un pueblo cercano a Pahuatlán, algunos jóvenes practican esta costumbre de sus ancestros.
Y después, todo comenzó con una presentación del cuarteto clásico de Carlos Chávez, que fusionaba el Huapango con los acordes del cello, los violines y el canto de tenores. Después de cuatro interpretaciones el público se desesperó. No están acostumbrados a esas expresiones. Fue lamentable el escuchar los rechiflidos de toda la gente en las últimas tres interpretaciones del grupo.
Lo que la gente quería era escuchar el Huapango tradicional, el del pueblo. La plaza principal estaba repleta. El alcohol dominaba el ambiente. Grupos de chavos provenientes de Pachuca y de la ciudad de México demostraban que en ocasiones lo más importante es la convivencia y el embrutecimiento en cualquier sitio. La cultura, es sólo un pretexto.
Y sin embargo, la gente del pueblo se animó a bailar toda la noche. No paraban. Mientras los chavos mexicas retaban a su organismo con litros y litros de cerveza y alcohol de caña, los campesinos, mestizos e indígenas se entregaban al huaracheo, marcaban el paso del Huapango, disfrutaban el Ojalá que llueva café en el campo,y sonreían, como en pocas ocasiones tienen oportunidad de hacerlo, dadas las condiciones sociales en las que viven.
Tríos como los Oro Hidalguense y los Brujos de Huejutla, entre otros más, cuyos nombres se me escapan, amenizaron toda la noche. Mis primos y yo nos retiramos como a las tres de la mañana. Nuestro buen amigo Roberto decidió permanecer el resto de la velada en el lugar para ver si conquistaba a una hermosa morena, o a quien se dejara.
Trs horas después, a las seis de la mañana, salí de la camioneta para buscar un baño y aliviar los rigores del cuerpo, fue impresionante ver como en cada esquina del pueblo había grupos de gente muy tomada, durmiendo en las esquinas o en las banquetas, chicas chillando desconsoladas por la estupidez del novio, y al llegar a la plaza principal para buscar a Roberto, alcancé al último grupo del Festival. Alli puede ver a algunos borrachillos tratando de bailar. Aquello fue una especie de bacanal etílico.
De no organizarse mejor, dudo que este festival perdure. No es posible que se organice en plena Semana Santa; no es posible que se lleve al mismo tiempo que las procesiones católicas. No es posible que el encargado del micrófono le pida a la gente, que está en pleno goce, abrir paso a la procesión de Cristo. Y sin embargo, si fue posible.
Y fue posible porque la gente quería música y baile, el mexica y el pachuco querían alcohol, y los cristianos seguir con sus tradiciones. Querreque, querreque...
11 abril, 2009
06 abril, 2009
Sobre las prácticas de Fotoperiodismo
Exposición sobre Praga 68. Fotografías de Josef Koudelka en el Centro Cultural Tlatelolco de la UNAM. Ciudad de México. Año 2009
Antes de llevar a cabo su práctica de fotoreeportaje en relación al viernes santo, les recomiendo buscar la sección de etiquetas sobre fotoperiodismo, misma que está en el menú derecho de esta bitácora. Den un clic para que aparezcan exclusivamente las imágenes que están relacionadas a ese género. Alli apreciarán las fotografías sobre el llamado viernes santo.
Asimismo, les recuerdo que deben asistir al Centro Cultural Tlatelolco (CCT) para apreciar la exposición de Josef Koudelka y hagan un comenario al respecto en su propia bitácora. El CCT de la UNAM se encuentra en la Plaza de las Tres Culturas.
Para ver más imágenes de la muestra les dejo un enlace a mi blog sobre fotoperiodismo, donde está publicada una pequeña serie de toda la gran muestra de Koudelka.
Y un abrazo muy grande para mi buen amigo Eduardo Banda, quien ha publicado en su bitácora Blindbirdmino, un buen reportaje gráfico sobre el Eurojazz 09 en el Centro Nacional de las Artes.
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